La conciencia de lo público y lo social

A ratos siento que la gente en esta ciudad se vuelve consciente, después de un largo día y un tránsito pesado, de que práticamente todos deseamos la misma cosa: llegar pronto y bien a nuestro destino. Me da un sentimiento de emoción muy particular notar cuando una persona está realizando en su cabeza la complejidad de la idea de sociedad, pueblo y humanidad. Ver a alguien levantando basura que no ha tirado, no arrojando la que podría tirar, ahorrando agua que podría gastar, omitiendo daños que podría ocasionar, distribuyendo dinero que podría despilfarrar y cediendo el paso a otro conductor o peatón, me ocasiona un júbilo muy interno y profundo. Me hace creer que la humanidad está entendiendo que todos necesitamos estar bien para que nuestra especie tenga un balance positivo. Ahora bien, si esto trasciende a otros seres vivos o inertes, mi alegría se triplica. El mundo me parece habitable por un momento, y el futuro se ve transparente y prometedor. Aunque estos repentinos choques con gente consciente no suelen durar mucho tiempo, las emociones que me quedan me incitan a buscar y detectar fácilmente a la gente que es así.

Sé que en ocasiones es la educación o el cansancio lo que detona estos comportamientos, pero estoy segura que sí hay en la cabeza de varias personas esa genuina voluntad de hacer el bien, y hacerlo bien. Esa percepción sistémica del universo busca desesperadamente ser descubierta por más y más miembros de nuestra gran comunidad. Si yo estoy bien, y eso beneficia a los demás, ya la hicimos. Si, como piensan algunos, para que alguien esté bien, otro debe irse a la fregada, entonces no tienen lógica los derivados financieros donde todos pueden ganar sin que nadie tenga que perder. No siempre implica sacrificio buscar una resultante positiva en este complejo sistema vectorial. A veces sólo se requiere tiempo para pensar, tiempo para sentir, y una conciencia lúcida de lo público y lo social.

¿Economía universal?

Cuando una se ha esforzado tanto por conseguir algo (una relación exitosa, un empleo soñado, un viaje deseado, una beca anhelada, etc.), llega un punto en que se crea una especie de límite costo-beneficio que hace que hasta la persona más perseverante y tenaz decida detenerse. Me imagino que es una especie de fenómeno cosmoeconómico. Así como se establecen los precios por oferta-demanda, creo que también los sacrificios y esfuerzos están cuantificados de alguna manera tan orgánica que podemos sentir cuando ya estuvo bueno... cuando se ha pagado más de lo que valía el esfuerzo. Curiosamente, cuando una deja esa ambición a un lado para buscar alguna otra, la primera comienza a tomar forma. Es como si las oportunidades se pusieran celosas y quisieran toda la atención. Por eso siempre dice la gente "vas a ver que en el momento en que menos lo esperes/busques, llegará/sucederá".