La complicación del conocimiento

La actualidad nos ha permitido tener conocimientos más profundos sobre cada tema, y por eso cada vez es más cierto que el que mucho abarca, poco aprieta. Si bien la especialización ayuda a resolver el problema del apretón, nos queda sin resolver el de lo abarcado.

Así como el francés contemporáneo es producto de complicaciones voluntarias para distinguir a la gente chic que lo hablaba bien de los plebeyos que no dominaban bien las reglas, igualmente Hacienda distingue a los fiscalistas que libro en mano le saben los recovecos a las leyes, de los contribuyentes que no saben ni por dónde. Hay especialistas para todo... acuda a ellos. Pero si uno quiere hacer sus propias declaraciones, entonces hay que ver cómo hacerle porque ni siquiera quienes están ahí para asesorar al público saben cómo desenmarañar tan terrible revoltijo. ¡No se diga para aprender el francés de gran alcurnia!

Si uno quiere invertir, en la institución financiera le dirán cuánto ha ganado determinado fondo en el pasado, y si está asegurado su capital... para mayor información, a ver cómo le hace. En tránsito, es el mismo cuento. Cada vez hay más información. Señoras y señores, bienvenidos a la era del conocimiento, en donde la información es más, y por lo tanto la buena se vuelve más cara. Pase usted, marchante, observe cómo no tiene ni idea de lo que sucede con su auto mientras el mecánico le mueve aquí y allá. Adelante, mire cómo sus hijos participan en un sistema educativo de vanguardia, donde uno nunca sabe qué resultados vaya a tener el método que recién aprobaron las Cámaras. Note que para enterarse que la depilación con láser puede causar cáncer, hay que investigar un poquitín. Dese cuenta de cuánto le está costando ese crédito... sí, el CAT no es propiamente un gato.

¿Por quién votar? ¿Qué universidad elegir? ¿Dónde invertir? ¿Qué película ver? ¿Dónde comprar? Pobre ciudadanía confundida. Pobres masas donde unos saben una cosa y otros saben otra... y para gastar menos uno tiene que gastar en pagarle a quien tiene esa información.

¡A ver! ¡Alto ahí! ¿De qué demonios está usted hablando? Quiero que me explique, punto por punto, esta política que desea que apoye con mi firma. ¿Que es muy complicado? Pues ya de por sí es bastante agotador tener que huirle a tanta complejidad.

La costumbre

No me gusta ver cómo a todo se acostumbra la gente. En Montréal, un suicidio más es ya más un fastidio para la gente que debe esperar a que limpien los restos de las vías del metro, que un motivo de profundo pesar. En México, una marcha en el zócalo se vuelve parte del espectáculo cotidiano de la ciudad. En Madrid, ya no hay qué hacer por la exagerada subida de precios de bienes raíces... la gente ya se acostumbró. Como las drogas, se sienten la primera vez... las demás surten cada vez menos efecto.

Tampoco me gustaría que las personas sufrieran hasta la depresión cada vez que alguien se suicidara, porque la vida sería tan pesada que más valdría que todos nos lanzáramos al metro y no quedara nadie para hacer del chofer que nos destriparía. Vaya, la costumbre... caramba, es evolución, pero también es resignación. Hay que aguantar cada vez más cosas en esta vida. Uno tiene una experiencia muy dura, y debe cargar con ella hasta que deje de doler, porque seguramente vendrán peores. Uno se enamora perdidamente, y eventualmente se acostumbra a las maravillas de su estado, y la magia empieza a volver a la normalidad. Para sorprender hay que violentar, porque un cielo bonito no emociona a mucha gente, y la belleza se pasa por alto con facilidad.

Qué va, si la Psicología debe saber bien que todo nos impacta. Pues será en el inconsciente, porque el consciente es cada vez menos consciente de su propia conciencia. Nunca duele tanto, nunca satisface demasiado, el límite llega antes de que lo sintamos venir... y entonces, la gente muere de cansancio, de sobredosis, de tristeza, o no sé si peor aún, vive acostumbrada por el resto de sus días.

Las expectativas

La teoría de las expectativas en Economía está tan relacionada con la fe religiosa, como la ley de la atracción está vinculada con esta crisis bursátil y financiera que está agobiando a la gente que confía en el dinero. La esperanza es la conciencia del poder de la fe, pero es mucho más débil que ésta porque solamente representa una posibilidad de ocurrencia. En cambio, la fe mueve montañas porque es la certidumbre de algo que a lo mejor ni siquiera iba a suceder, pero que termina pasando porque alguien le indicó al universo que así había de suceder. No sé si el destino permita cambios de planes, si los cambios son precisamente parte del destino o cómo funcione todo este asunto.
Se cayó la bolsa, se desplomaron los precios, hay pérdidas millonarias... ¿y de quién es la culpa? De la gente que dudó, que tuvo miedo, que creyó que iba a perder y decidió alargar su posición. Hace poco leí en un artículo que la sola posibilidad de terminar una relación, hace que termine. Igualmente, la sola chance de que la bolsa pueda desparramarse, hace que la gente la orille a ello. Con esa misma certeza con que se elige a alguien en un bar, y se lo invita con la mirada a acercarse, sabiendo que lo hará, puede apostarse que uno pasará un examen para obtener una beca en Chile, o jugarse mil pesos a que un BMW no alcanza a pasar con la preventiva. La cosa es creer, y estar seguro. Lo malo es que si estamos tan conectados al resto de la humanidad, no basta con que uno crea. ¿Será por eso que se habla tanto de predicar por todo el mundo? Independientemente de la religión, si uno sale a predicar algo... digamos incluso, salud financiera, es probable que se muevan las montañas- o que al menos, se detenga la crisis.
¿La solidaridad es filantropía o es la conciencia de la necesidad del ser humano de estar unido a los demás para provocar un efecto más dramático? ¿Por qué si da miedo que la bolsa se desplome, no nos aterra todo lo que se desploma a diario por falta de fe y debilidad de expectativas? Puede ser que cuando el dinero sea completamente intangible y se mueva electrónicamente, nos importe menos... Terminaría siendo casi como un sentimiento, y podría esconderse y tal vez ignorarse como tal.

El juego de la vida real

Estábamos mi amigo y yo en la sala, platicando como todos los días -platicábamos a diario, y la conversación en lugar de terminarse, crecía cada vez más. La pequeña de una muchacha empleada de mis padres jugaba en el pasillo a brincar de un mosaico a otro, luciéndose ante el chico que tanto le gustaba -la chiquilla siempre hablaba de lo guapo que le parecía mi amigo. Él volteó y le preguntó a qué estaba jugando. Con una expresión de sabiduría, la pequeña se detuvo y, muy segura, contestó: "A la vida real".

De pequeña, creía que el mundo de los adultos iba a ser más serio, más real. Es un juego. Creo que hay muchas cosas que de pequeña me tomaba más en serio. Conforme uno crece, aprende que la mayor parte de las veces, los negocios son una actuación, las relaciones una guerra, y el hambre, una piedra en el zapato. Los problemas son cada vez más serios, y por eso mismo, lo gente lo es cada vez menos. No sabemos cómo reaccionar ante la vida, que es la misma que cuando éramos niños... pero de pequeños creíamos que al crecer aprenderíamos cómo resolverlo todo. No es cierto, lo que aprendemos es a renunciar, a olvidar, a dejar pasar. También por eso existe el arte, para que no nos aflojemos de tanto sacrificar, de tanta resignación. Por eso hay gente que no bebe para olvidar, que no trabaja para dejar de extrañar, que no le huye a pensar que todos moriremos, eventualmente. Por eso hay niños que hablan de "cuando sean grandes", para recordarles a sus padres qué es lo que se espera de ellos.

La ilusión no está atada a la ingenuidad, el deseo no siempre es irracional, la pasión no siempre es viciosa, y la intensidad... la intensidad es la razón principal por la que a tanta gente le gusta ver películas, porque en ellas, la vida no pasa sin que nada suceda. Ayer, en uno de los días más adultos de mi vida, la pasé jugando... y gané.

Créditos vitalicios

Me pregunto cómo se les asignan los créditos (puntos, calificaciones, valores) a los momentos que componen nuestra vida. A veces pienso que es de acuerdo con su trascendencia. Otras veces me convenzo que es por su peso en nuestra memoria. No sé si vale más ver cómo se le ilumina la expresión a un muchacho cuando le sonrío a dos mesas de distancia en un bar, o la emoción que le da a un niño cuando una chica le regala unas galletas. Me cuesta trabajo distinguir si aprecio más las lágrimas de un amigo emocionado por una coincidencia, o la sequía en los ojos de otro amigo que me agradece llorar de su parte por la pérdida que acaba de sufrir.

¿Vale más un mensajito de buenos días al celular enviado por un marinero al que conocí hace un par de meses o una invitación a participar como escritora de un monólogo para teatro? ¿Qué resta más puntos: una escupida a la cara o un apodo a escondidas? ¿Cómo sé el saldo de cada persona en mi vida: por cuánto la recuerdo, por cuánto cambió mi manera de pensar o de sentir, por ser la primera en algo, por ser la última, por el tamaño de la sonrisa que me provoca, por las lágrimas que saqué por ese ser, por lo mucho que fui capaz de hacer por su bien, por lo mucho que fui capaz de hacer por nuestro bien, por lo bien que la pasé con él/ella, por cuánto tiempo pasamos juntos/as, por el número de textos que me inspiró, por la soledad que dejó cuando se fue o por el espacio que se hizo al llegar, por cuánto me quiso/quiere o por cuánto lo/la quise/quiero?

Hace un par de días me dieron ganas de preguntarles a todas las personas que conozco o me conocen, cuál ha sido la cosa más importante que han aprendido de mí. Yo comencé a hacer una lista de lo más importante que me han dejado mis seres queridos, o los no tan queridos que igualmente me han enseñado algo. La lista es larguísima, gracias a Dios... y gracias a ellos/ustedes.