La costumbre

No me gusta ver cómo a todo se acostumbra la gente. En Montréal, un suicidio más es ya más un fastidio para la gente que debe esperar a que limpien los restos de las vías del metro, que un motivo de profundo pesar. En México, una marcha en el zócalo se vuelve parte del espectáculo cotidiano de la ciudad. En Madrid, ya no hay qué hacer por la exagerada subida de precios de bienes raíces... la gente ya se acostumbró. Como las drogas, se sienten la primera vez... las demás surten cada vez menos efecto.

Tampoco me gustaría que las personas sufrieran hasta la depresión cada vez que alguien se suicidara, porque la vida sería tan pesada que más valdría que todos nos lanzáramos al metro y no quedara nadie para hacer del chofer que nos destriparía. Vaya, la costumbre... caramba, es evolución, pero también es resignación. Hay que aguantar cada vez más cosas en esta vida. Uno tiene una experiencia muy dura, y debe cargar con ella hasta que deje de doler, porque seguramente vendrán peores. Uno se enamora perdidamente, y eventualmente se acostumbra a las maravillas de su estado, y la magia empieza a volver a la normalidad. Para sorprender hay que violentar, porque un cielo bonito no emociona a mucha gente, y la belleza se pasa por alto con facilidad.

Qué va, si la Psicología debe saber bien que todo nos impacta. Pues será en el inconsciente, porque el consciente es cada vez menos consciente de su propia conciencia. Nunca duele tanto, nunca satisface demasiado, el límite llega antes de que lo sintamos venir... y entonces, la gente muere de cansancio, de sobredosis, de tristeza, o no sé si peor aún, vive acostumbrada por el resto de sus días.

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