Créditos vitalicios

Me pregunto cómo se les asignan los créditos (puntos, calificaciones, valores) a los momentos que componen nuestra vida. A veces pienso que es de acuerdo con su trascendencia. Otras veces me convenzo que es por su peso en nuestra memoria. No sé si vale más ver cómo se le ilumina la expresión a un muchacho cuando le sonrío a dos mesas de distancia en un bar, o la emoción que le da a un niño cuando una chica le regala unas galletas. Me cuesta trabajo distinguir si aprecio más las lágrimas de un amigo emocionado por una coincidencia, o la sequía en los ojos de otro amigo que me agradece llorar de su parte por la pérdida que acaba de sufrir.

¿Vale más un mensajito de buenos días al celular enviado por un marinero al que conocí hace un par de meses o una invitación a participar como escritora de un monólogo para teatro? ¿Qué resta más puntos: una escupida a la cara o un apodo a escondidas? ¿Cómo sé el saldo de cada persona en mi vida: por cuánto la recuerdo, por cuánto cambió mi manera de pensar o de sentir, por ser la primera en algo, por ser la última, por el tamaño de la sonrisa que me provoca, por las lágrimas que saqué por ese ser, por lo mucho que fui capaz de hacer por su bien, por lo mucho que fui capaz de hacer por nuestro bien, por lo bien que la pasé con él/ella, por cuánto tiempo pasamos juntos/as, por el número de textos que me inspiró, por la soledad que dejó cuando se fue o por el espacio que se hizo al llegar, por cuánto me quiso/quiere o por cuánto lo/la quise/quiero?

Hace un par de días me dieron ganas de preguntarles a todas las personas que conozco o me conocen, cuál ha sido la cosa más importante que han aprendido de mí. Yo comencé a hacer una lista de lo más importante que me han dejado mis seres queridos, o los no tan queridos que igualmente me han enseñado algo. La lista es larguísima, gracias a Dios... y gracias a ellos/ustedes.

No hay comentarios: