Mujer de vitrina

Los héroes solamente se dan a conocer en medio de la adversidad. No hay ningún acto heroico cuando hay paz, salud mental, solidaridad generalizada, justicia... Yo siento que tengo madera de heroína (de la buena, no de la adictiva... aunque puede que para alguien yo llegue a ser adictiva, alguna vez), pero no he tenido la ocasión de echar esa madera a la fogata. No es que desee la tragedia -soy demasiado cuerda para eso, todavía-; es más bien que me gustaría saber qué tanto puedo llegar a hacer. O tal vez ya lo sé pero me gustaría que la persona con la que esté, lo sepa también. Me imagino que debe ser un tenmeacá, que cuando estoy con alguien (llámese galán de curso legal) que siento que me deja ir, pienso que, si estuviéramos en guerra, ni de chiste me habría dejado pasar, porque soy el tipo de mujer que lucha hasta que ya no puede más, y el tipo de compañera que no claudica y no deja de amar. Pero eso, en una vida tranquila y cómoda, no se nota. No se sabe cuánto puedo amar, porque no necesito hacerlo más que el promedio de la gente, por lo general -y cuando lo amerita y entonces lo intento, el receptor no sabe qué hacer con tal dosis. Tampoco se sabe lo ingeniosa que puedo ser, ni se conoce mi fuerte instinto maternal, o mi intensidad y mi pasión por la vida, cuando estoy sentada frente a un escritorio lleno de papeles. No se conoce la calidez de mis abrazos, o la sinceridad de mis lágrimas, cuando sólo se me ve cruzar un pasillo con uniforme de trabajo. Parezco sólo una parte de lo que soy... por lo general, la parte formal, mesurada y políticamente correcta. También eso soy. A veces me siento como una mujer de vitrina, en salas de jóvenes y viejos, en mansiones y en estantes de supermercado, pero marcando constantemente con mi vaho, la soledad de estar ahí adentro.

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