Aferrarse a la libertad

En algunas corrientes filosóficas se propone la renuncia como una alternativa liberadora y una estrategia para alcanzar la felicidad. Como se llega al Cielo, se alcanza la felicidad. Se trata de lugares, sitios, condiciones, estados, dimensiones... algo amorfo e indescriptible que está en algún lugar o nivel de conciencia.


Por otra parte, hay idealistas políticos, revolucionarios, masas de gente única, críticos y rebeldes. Éstos proponen adherirse a los ideales de libertad, sujetarse de una palmera en medio del huracán, pinchar la burbuja del capitalismo y la república para crear un afuera. Algunos terminan opinando sobre arte y política en medios espectaculares. Otros luchan a favor de la eutanasia en casos de aburrición enfermiza. Al contrario de la disolución de las pertenencias, esta categoría de homo sapiens sapiens propone la universalización de las propiedades, la generalización del poder y la defensa de todo aquél que esté en desventaja. Cuando empiezan a vislumbrarse estos ideales en una existencia globalizada y una anarquía controlada y sistémica, se sientan en un café a discutir sobre la falta de identidad lograda por el maldito sistema. Los ideales de libertad (o ausencia de una clara figura de poder), igualdad (o disolución de las identidades culturales y de las clases sociales) y fraternidad (o engranaje de una sociedad horizontal) han sido mal expresados o erróneamente entendidos. Gracias a Dios, todavía hay diferencias, injusticia, desigualdad y opresión... si no, se habrían acabado las salidas potenciales de este universo cerrado, donde absolutamente todo lo que hay, está adentro, y ya no hay hacia dónde escapar.

Existen quienes desprecian las pasiones por conducir a los bajos instintos (no sé si los bajos son peores que los altos). Pero también hay quienes se aferran en la desventaja para accionar la pasión que impulsa los grandes cambios. La filantropía salta del egoísmo al desprecio de la propiedad, la política se confunde con la diplomacia, el arte se vuelve objeto de crítica, el pensamiento condiciona el estatus, y el conocimiento parece cada vez más una membrana que contiene toda la ignorancia que espera ser descubierta.

Cuando era pequeña, confiaba en que cuando fuera grande, lo comprendería todo y sabría de qué hablaban los adultos. Conforme he ido creciendo, pierdo cada vez más la esperanza de entender cómo funciona el mundo, pero fortalezco mi deseo de contribuir a que esa incomprensión, esa desilusión, y esa dispersión de opiniones, sean bellas. ¿Qué es la belleza? Lo que nos causa admiración y nos hace sentir bien. O tal vez sea algo más.

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