Distracción o abstracción

Pasé mi etapa preescolar, como muchos otros niños, creyendo que estudiaría hasta que fuera momento de casarme. Entonces, sería mamá y luego abuela. No me cuestionaba mucho acerca del resto, ni imaginaba que alguna vez tendría obligaciones fiscales y tendría que obtener permisos de uso de suelo para establecer unas oficinas. Por supuesto, no imaginaba que necesitaría un hombre para casarme, ser madre y abuela. La vida parecía lineal. La primaria fue un tanto similar, pero comenzaba a brotar en mí la necesidad de filosofía, la intriga por las ciencias naturales y exactas, y el sentimiento de enajenación. Llegué a la secundaria, y entonces empecé a sentir hostigamiento y una terrible necesidad de expandir las paredes, el piso y el techo para poder suspirar y bostezar sin dejar al resto de mi mundito sin aire. Por fortuna, me cambié de escuela para la preparatoria. Ahí comenzó la batalla más agradable: la libertad de ideas, la expresión artística, la integración cultural, la diversidad de amigos.


Fue en la preparatoria que me adentré más al mundo cibernético y, paradójicamente, también al mundo real. En esa etapa comprendí que siempre seré diferente del resto, al igual que otros tantos billones de personas- al igual que cada especimen humano. También me di cuenta de que podía enamorarme y de que alguien podía enamorarse de mí. Viajé sin mi familia por primera vez. El mundo parecía expandirse para mí.


Después, llegó la universidad, y con ella, la confusión, la responsabilidad, la delicia de la paz y el sabor de la lucha por la definición de las propias ideas. También en esa época, se vertieron en mi cabeza pensamientos de solidaridad, de inconformidad, de ternura por la humanidad, de fraternidad, y de amor... de muy profundo y sincero amor. Mis letras empezaron a exigirme experiencia, conocimiento, información... me demandaban que las liberara organizadamente, que les diera una historia en dónde existir. Los números ocupaban la mayor parte de mi atención, después del tiempo. Fui literariamente obligada a observar con más detenimiento, sentir con más intensidad, experimentar con más valentía, querer con más ahínco y perdonar con más honestidad.


Día con día vi a la gente pasar sin voltear a ver el amanecer, mientras yo me salía de mi clase de 7 am con el pretexto de ir al baño, sólo para contemplar el cielo que teñía la presa de dorado. Cada tarde me percaté de cuánta falta le hacía a la gente ser abrazada. Noche tras noche soñé historias diversas, que me incrustaban en la sensibilidad, la necesidad de escribir. El mundo empezó a ser menos grande, y la vida, menos complicada. Parecieron multiplicarse las posibilidades, y con ello, aumentaron también las soluciones a los problemas. El mundo se convirtió en un plano de dos dimensiones, donde jamás conoceremos la tercera y no podremos ni siquiera intuir de la cuarta en adelante. La gente era toda igual, sin importar si era pobre, famosa o saludable. Todos entrábamos en una categoría con un margen de error tan grande que las posibilidades de no pertenecer a la misma eran enormes. La experiencia se concentraba en sensaciones y sentimientos, producto de decisiones y eventos. Rimó. Fue a propósito, pero no pretendía distraer al lector con eso. La verdad es que sí, sí pretendía hacerlo. Porque precisamente de eso se trata mi texto: la distracción o abstracción que sufre la humanidad en esta época. ¿Fue muy abruta mi manera de tocar el tema? No lo siento tanto como debería. Así funciona; se trata de confundir, de abrumar, de hostigar, de no tener tiempo para procesar las cosas, entender su relación con el resto, o siquiera formarse una postura al respecto.

Entre tanta observación, me di cuenta de cómo la vida se limita a lo que estemos dispuestos a recibir de ella. Para mí, todas las mañanas de escuela tuvieron un paisaje divino- eso sí que lo extrañaré. Para muchos que se quedaron en el salón en clase de 7 am, no existieron esos amaneceres. Tal vez existieron, pero sólo en la suposición. Igualmente, para quien estudia por puro deber, no hay diversión al compartir opiniones. Para quien come frente a la televisión, no hay récord de cuánta comida fue la que entró al organismo, ni cuántas imágenes se quedarán grabadas en la memoria. El mundo exige atención, pero la gente parece estar demasiado ocupada con otras cosas. Sólo algunos dedican su vida al mundo- también en la gran escala hay amos de mundo y cónyuges irresponsables que se abstraen de la responsabilidad de cuidar su hogar. El planeta es tan grande, que no vemos que la basura creada, estará arrumbada en un rincón. Es como si nunca pudiéramos sacar la basura, y la almacenáramos junto al armario. Basura en forma de basura, y en forma de crimen, y en forma de egoísmo, y de ignorancia. No es tan mala la ignorancia, como lo es la negligencia.

La angustia se ha sustituido por la risa. La gente se ríe de la política, hecha parodia. Las fotos de obesos en paños menores se difunden por la red, causando gracia. Las desgracias ocasionadas por la guerra se convierten en tiras cómicas. Las palabras altisonantes se vuelven condicionantes de los chistes. La discriminación y el aislamiento, el estrés y la extrema pobreza se unen al humor negro para darle un respiro al hombre blanco. Si alguien llora con eso, se lo tacha de sensiblero y exagerado. El mundo así funciona, no vas a cambiarlo. También de frases como ésas se apesta nuestra casa. Se acumulan frente a los espejos, impidiéndonos ver en qué nos hemos convertido. Somos una especie que se ríe de la destrucción, que se regocija en el vicio y se refugia en el exceso.

¿Qué nos llevó a este punto? ¿Quién fue el culpable? ¿No somos todos una misma masa desparramada sobre el planeta? ¿Por qué nos importa tanto darle gusto al pueblo y nos vale cacahuate darle en su madre a la humanidad? Le estamos dando en su madre, en la Madre Tierra.

Hay millones de luchas y millones de causas... pero todas apuntan a una que deberíamos compartir, una por la que todos deberíamos luchar: el mundo. Discutimos por el valor de la vida, pero nos suicidamos lentamente, y accionamos la eutanasia que terminará con el sufrimiento- y la belleza, y el gozo, y la historia, y las posibilidades- de la humanidad. Unos critican a otros. Éstos a su vez, defienden su postura. A donde vamos, hacemos lo que vemos... y cuando regresamos a casa, dejamos de hacerlo. Nuestra masa pierde la forma, se derrite, se desparrama. Los ideales son utópicos, los principios son arcaicos, los sentimientos son imprácticos, y la vida... la vida es un pasatiempo.

Cuando era pequeña, no me cuestionaba mucho. Pero crecí, y ahora no puedo dejar de hacerlo. Me aseguran que a cierta edad dejaré de pensar tan insistentemente en cómo cambiar el mundo. Espero que se equivoquen, de la misma manera en que erraron al decirme que cuando fuera grande me gustarían los juegos mecánicos. A lo mejor es que todavía no soy tan grande...

2 comentarios:

Anónimo dijo...

"Me aseguran que a cierta edad dejaré de pensar tan insistentemente en cómo cambiar el mundo."

Te lo aseguran quienes han dejado de hacerlo.

Anónimo dijo...

Todas las especies hacen del planeta un lugar mejor, manteniendo un equilibrio, excepto la nuestra, algunos dicen que evolucionamos, que dejamos de hacer la rutina que hacen los animales y las plantas en el planeta. Pero yo digo que más bien retrocedimos millones de años, ya que en menos de 100 años, hemos destruido lo que se logro en millones.
Yo no sé si seamos un cáncer en el mundo, eso es lo que parece, pero también esas ideas de cambiar al mundo, se vuelven un poco utópicas, por el simple hecho de que no nos podemos poner de acuerdo en nada por desgracia, se harán acuerdos entre grupos, existirán Greenpeace, etc., pero no todos formamos parte de esa comunidad.
Lo que sí creo que podemos formar es nuestra comunidad de hacernos sentir bien con lo que hacemos para cambiar al mundo, y no es un cambio de aquí mañana, si no es una filosofía de vida que debemos de llevar cada uno de nosotros, desde el simple hecho de reciclar papel, hasta participar en grandes instituciones que intentan cambiar al mundo. Cualquier granito de arena que aportemos, tenemos que hacerlo por nosotros, y no con el fin de cambiar el mundo, sino de hacer lo que a mí me parece lo mejor para mi persona, y transmitirlo a la gente que podamos y que quieran, es como la película cadena de favores, utópica, pero sencilla y posible.